No me había dado cuenta de que no decía nada,
no había notado que ya no se movía;
era tan solo una palabra muerta, una idea.
Había dejado de ver la razón y le devoraba la locura,
sus manos fijas en un recuerdo distante,
la imagen pura del amor perdido
y él tampoco lo notaba,
la ausencia de vida en sus manos,
la falta de asombro y la aceptación rendida
y así ambos nos dijimos: ¡eres un cadáver!

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